Sunday, February 11, 2007

La Lluvia de los Lamentos

Noches de lluvia, de lluvia torrencial que no deja dormir. De lluvia que golpea y desconcierta, de lluvia que aparece y desaparece. Una lluvia del desconcierto que no hace más que confundirme y perderme. Lluvia de lágrimas, Lluvia de Lamentos, lluvia de sueños rotos, lluvia de ilusiones perdidas.
Esas son las noches de lluvia de mi Laberinto. Noches de lluvia que no dejan de acosarme aún si el día fue soleado como ninguno.
Hace ya mucho tiempo que la lluvia parece una compañera más en mis noches. Una compañera que no me permite descansar, que me preocupa y me empapa de impotencia.
Nunca importa si la noche es cálida o helada. Mi lluvia es capaz de aparecer sin previo aviso, aún cuando yo puedo decir que sé cuando va a venir. Ésta lluvia nunca cae de día, nunca es como la que suele opacar el sol con sus oscuros y amenazantes nubarrones. No, mi Lluvia de Lamentos solo viene en mis noches de soledad, en esas noches en las que no hay más en mi laberinto que mis suspiros y el crepitar de las llamas que no cesan de iluminar ese oscuro, ese infinito sendero que parece no acabar nunca, que parece no llegar a ningún lado. Y las noches en las que las lágrimas y los sueños caen del cielo hasta estallar en el piso, son las noches que no puedo dormir y las noches en las que las antorchas parecen estar lejos. Tan lejos.
La Lluvia de Lamentos me pierde, me marea, me hace retroceder sin siquiera yo saberlo y no es hasta que sale el Sol que puedo darme cuenta que sólo he caminado hacia atrás. Cuando llueve en mis noches no hay luz que valga, no hay ilusión que pueda iluminar lo que un sueño roto puede oscurecer.
Esas noches he tratado de dormirme, he tratado de no hacer caso del incesante sonido. Pero me es imposible, siempre caigo en la trampa y me levanto para tratar de salvar algún sueño, algún anhelo. Busco sus vestigios por el suelo, intento buscar todas las pequeñas partes que se han dispersado por todo el pasillo y siempre retrocedo, siempre. No me doy cuenta, pero cuando me percato encuentro que he estado retrocediendo sin pausa. Y no me queda otra que dejar de buscar el sueño por el suelo, darlo por perdido y correr a refugiarme cerca de la pared.
Pero la oscuridad siempre es total. No hay antorcha que ilumine tan atrás. Y mis lágrimas se suman a la lluvia y me quedo solo, sentado y esperando que todo termine sin poder hacer nada.
Me quedo quieto y veo como siguen cayendo sueños hasta que se despedazan contra el suelo.
De todas las cosas que pasan en mi Laberinto, creo que no hay nada más triste que la Lluvia de los Lamentos.

Sunday, May 15, 2005

La Bruja de la Piedad

En aquellos días en los que las antorchas que sobresalían del resto eran solo dos, en aquellos días en los que ni la princesa de la timidez ni el astrónomo habían aparecido en ocasión alguna. En aquellos días en los que ninguna antorcha era de cristal y en los que la torre de fuego aún me acompañaba, caminaba yo de la mano de la Bruja de la Piedad.
Ella había aparecido en mi laberinto como una antorcha. Pero tenía ciertas particularidades que la hacían ser muy diferente a las demás, ya que no alumbraba mucho, pero su calor era mucho mayor al de cualquier otra. Y eso había hecho que yo pasara eternas horas a su lado, contemplando su belleza y su calor.
Pasó el tiempo y yo tan solo me quedaba, como hipnotizado, parado a su lado. Incluso dejé de lado a todas las antorchas pequeñas. Parecía haberme olvidado de ellas. Porque solo tenía ojos para aquella hermosa antorcha.
Y llegó, así, el día en que desapareció. Y, en aquel momento, la más hermosa y cándida figura se dibujó a lo lejos, allí, casi en la penumbra donde solo los más audaces haces de luz pueden llegar. Avanzaba lentamente, parecía disfrutar cada paso. Incluso llegó a detenerse algunas veces y quedarse quieta, contemplando mis ojos que tan solo quería nqeu se acercara un poco más. Llegó hasta mi lado y tan solo tomó mi mano.
Sus ojos contemplaban los míos con decidida pasión y cada vez que yo no podía dar un paso, ella apretaba mi mano y, así, mantenía mi alma de pie. Era como si me obligara, de la manera más dulce que pueda existir, a no dejarme caer.
El dolor parecía no existir, así como los obstáculos de mi Laberinto brillaban por su ausencia, era como si todos hubieran desaparecido. Durante largas jornadas, ni siquiera la nube más pequeña osó interponerse entre el Sol y mis ojos. Nada malo podía sucederme.
O al menos eso creí.
Sin darme cuenta, mi alma había dejado de ver la realidad y tan solo tenía ojos para la bruja. Sin pensarlo me encontraba yo caminando casi rozando la pared más lejana a mis antorchas. En aquellos pasillos, para nada estrechos, la luz de mis antorchas se perdía y yo tan solo podía confiar en la rojiza luz que emanaba de una pequeña lámpara que la bruja llevaba colgando de su cuello y en mi Torre de Fuego, aquella que no iluminaba todos mis pasos, aún en la más tormentosa de las noches y en el más oculto pasillo de mi Laberinto.
Mil pasadizos sin salida tuve que enfrentar para tener el valor de alejarme de mi Bruja, de volver a mi lugar, allí junto a las antorchás que un día, sin saberlo siquiera, abandoné.
Verdadera tristeza reflejaron los ojos de mi Bruja el día que me fui de su lado. Traté de no mirar atrás y de apresurarme a volver junto a mis antorchas. Pero claro, mi ausencia había tenido un precio.
Cansadas de iluminar un vacío, varias habían desistido de brillar y eran tan solo triste ornamentos en mi pared. Adornos opacos que, desde su lugar, no dejaban a mis ojos mirar a otro lado.
La oscuridad era mi rival más temido, por lo que corrí desesperado hasta la Gran Antorcha y ahí me quedé.
Al parecer, a mi antorcha le agradó mi presencia, puesto que cada día yo la sentía más y más grande. Su luz era más brillante a cada segundo. A su lado, mis lágrimas comenzaron a secarse y las antorchas extintas a desaparecer.
Sin embargo, algo me sorprendió. Aquella antorcha tan calurosa que, aquel ya tan lejano día, se había convertido en mi Bruja, no había vuelto.
El tiempo pasó. El dolor de aquella separación parecía haber abandonado mi alma, pero seguía sintiendo yo un vacío en mi corazón. No había nada que me impulsara a seguir por aquel Triste Laberinto.
Hasta que un día, el día en que mi vacío pareció Infinito, vi, en las sombras, el inconfundible brillo rojizo de la lámpara de la Bruja de la Piedad. Y corrí hacia allí.
Ésta vez, mi ánimo era diferente. Quería yo que ambos camináramos junto a mis antorchas, por el camino iluminado. Ella, abatida por su soledad, aceptó de mala gana.
Nuevos días se sucedieron y ella no sonreía. Odiaba que su lámpara no iluminara tanto como las antorchas de la pared. Y dedicaba sus días y sus noches a maldecir esa diferencia.
Furioso conmigo mismo, le ofrecí el lugar que antes fuera solo de ella. Le pedí, entre lágrimas de profunda tristeza, que volviera la pared, que volviera a ser una antorcha como había sabido ser hacía ya tanto tiempo.
Y lo que sucedió después jamás había pasado por mi mente, ni siquiera en mi más oscura y tétrica pesadilla.
Esa antorcha que antes había sido del más intenso calor, era ahora una antorcha de hielo. De un hielo oscuro, casi negro. Ví como todas las antorchas a su alrededor menguaban visiblemente en su luminosidad, mientras ella crecía y crecía. Yo no lograba entenderlo. Y tan solo atinaba a quedarme a su lado, a contemplarla. Intentaba hacer lo mismo que había avivado tanto la llama de mi Gran Antorcha. Pero era inútil.
Ni el más crudo de los inviernos podía ser tan helado y cruel como era lo que sentía estando al lado de aquella antorcha tan extraña. Pero yo seguía a su lado, esperando, algún día, volver a ver es llama y sentir ese calor.
Pero caí enfermo.
Cuando la Torre de Fuego se derrumbó, mi desdicha fue total. Y corrí a refugiarme cerca de la antorcha de hielo, ya que, más que nunca, necesitaba del calor que había sabido darme. Pero nada había cambiado en ella. Tanto tiempo de cara a ese helado vendaval que provenía de aquella antorcha había terminado por vencerme y estaba yo rendido a los pies de ese macabro fenómeno que había mantenido a mi mente tan intrigada.
Débil, me incorporé y, lo más aprisa que pude, me aparté de la pared. Y quedé en ese punto en el que apenas si pueden iluminar mis grandes Antorchas. Y ahí me detuve, ahí decidí permanecer.
Y tal vez nunca hubiera salido de no haber sido por mi Antorcha de Cristal. Necesité de su luz y su calor para dar mi primer paso. Para dar mi primer paso y empezar a alejarme de aquella antorcha helada. De aquella que supo acompañarme como la Bruja de la Piedad.

Monday, April 25, 2005

Una triste despedida...

Llovía en mi laberinto... Las gotas que huían de las nubes capian ruidosamente y dejaban el suelo como un torrentoso río de lágrimas. con mis pies sumergidos en tal fenómeno, yo corría hacia ese reparo que el laberinto me ofrecía siempre al final de cada pasillo. Y ahí me quedé. Largas., eternas horas pasaron hasta que mis ojos no descubrieron más gotas en el aire. Incluso ya el Sol comenzaba a desvanecer algunos de los plomizos nubarrones que el cielo habían osado cubrir.
Me dejé bañar por los cálidos rayos del Sol para secar mis vestiduras. El atardecer ya se encontraba próximo, por lo que iba a ser imposible para aquellos cálidos haces culminar el cometido que yo había pensado para ellos.
Al momento en el que la pared más alta de mi infinito laberinto comenzó a impedir al Sol iluminar mi cuerpo, giré mi mirada hacia mis antorchas, las cuales, con su brillo y su calor, me invitaban a acercarme para terminar aquello que el Astro Rey había comenzado. Me paseé delante de todas ellas. Contemplando, no sin asombro, la vivacidad de sus llamas. Una fuerza invisible parecía animarlas a todas, haciéndolas danzar de la mano del viento sin el más mínimo descanso.
La Gran Antorcha y la Antorcha de Cristal, como siempre, habían aumentado su brillo y su calor. Siempre que llovía en mi laberinto, ellas dos crecían más y más. Grande y agradable fue mi sorpresa cuando ví que la Antorcha del Astrónomo había seguido a las anteriores y mostraba los mismos cambios que aquellas dos. Las antorchas menores completaban el cuadro. Todas ofrecían su flama para calentar mi cuerpo y mi alma y secar mis ropajes. Todas querían protegerme.
Excepto una.
Aún sin estar seco, me acerqué a aquella gran antorcha. A la que se encontraba más atrás y que era casi tan antigua como la Gran Antorcha. Si. Allí, iluminando tan solo el camino recorrido y sin compartir conmigo calor alguno, se encontraba la Antrocha de la Contradicción.
Llevaba ya bastante tiempo esa situación tan extraña, pero yo nunca me había atrevido a tocarla, a moverla. Siempre me había limitado a contemplarla con un asombro que denotaba una gran preocupación. Noches enteras había pasado yo mirándola, tratando de comprender lo inusual, lo inquietante de su comportamiento.
Pero esta noche era distinta. Todas las demás antorchas habían compartido conmigo su calor, su luz, y me habían dado el valor suficiente para estirar mis temblorosos brazos hacia aquella antigua pieza que, gracias a la luz y al calor de las dos antorchas más grandes yo había llamado, hacía ya un largo tiempo, la Antorcha de la Contradicción.
Mi primer intento, entre tímido y dubitativo, fue el de girarla, pero, conforme la iba miviendo, la dirección de su luz no sufría cambio alguno. La desesperación comenzó a hacer mella en mi mirada, que ya comenzaba a nublarse. Mis brazos temblaban, mi cuerpo se sentía cansado y mis piernas parecían estar a punto de ceder. Pero, de todas maneras, junté la fuerza necesaria en mi alma y me decidí a tomar la antorcha con mis manos para removerla de su base. La desesperación desapareció para dar lugar a la desolación cuando, con la antorcha en mis manos, el comportamiento de ésta permanecía inalterable. El calor continuaba brillando por su ausencia y la luz tan solo iluminaba el camino recorrido.
Antes de devolverla a su lugar de origen, a mi pared, tomé la decisión de ponerla justo enfrente de mi rostro. Y mi desilusión fue plena cuando noté que su luz, a escasos centímetros de mis ojos, lejos estaba de encandilarme, puesto que su luz era tan ténue como la más pequeña de las antorchas de mi muro. Un suspiro de resignación acompañó a mis brazos a depositar a la Antorcha de la Contradicción de nuevo en su lugar.
Con el paso de los días, la fuerza de aquella antorcha fue menguando. Cada noche su intensidad era aún menor y no mostraba síntomas de mejoría alguna. Hasta que, una triste noche de contadas y ténues estrellas, mis ojos, ahogados en la angustia de las lágrimas, descubrieron que la agonía de aquella antorcha había terminado. Su llama había desaparecido por completo.
Han pasado varios soles desde aquella noche en que el mar de llanto no cayó del cielo sino de mis desconsolados ojos. Sin embargo, allí, en la pared, sigue estando, extinta, la que fuera por tanto tiempo mi inseparable compañera. A la dí el triste nombre de Antocha de la Contradicción. Y a la que, aquella noche, saludé para siempre en un triste despedida...

Tuesday, April 12, 2005

De mis noches con el Astrónomo y la Princesa de la Timidez

Las noches estrelladas siempre han sido mis favoritas. Nada distiende más mi alma que quedarme sentado, en silencio, contemplando aquellas alhajas que el cielo nocturno luce tan orgulloso. Y, en esas noches, dos de mis antorchas desaparecen de la pared. Nunca logro verlas en el momento justo, porque siempre ocurre al mismo tiempo que, a lo lejos, veo aparecer dos siluetas que avanzan hacia mí. Un hombre y una mujer. El astrónomo y la Princesa de la Timidez.
Junto a ellos paso esas noches, cobijados por el fuego y el calor de las antorchas que, desde la pared, parecieran observarnos.
Más de una vez, la Princesa me obligó a contarle la historia de esa antorcha tan brillante y tan ornamentada. La historia de mi Antorcha de Cristal. Sus ojos denotaban solo sorpresa cuando mi relato llegaba al punto en el que las llamas me envolvían pero no me quemaban en absoluto.
El astrónomo, en cambio, centraba su atención en la Antorcha de la Contradicción. Le intrigaba mucho ese fenómeno tan inusual, ya que esa antorcha iluminaba solo hacia a tras. Llegó a incitarme a apagarla, pero le expliqué que yo no tocaba a mis antorchas, no influía en ellas, simplemente las dejaba ser. Y si esa antorcha no quería iluminar mi camino, que así fuera. Yo valoraba su luz, aunque solo iluminara el camino recorrido y nunca el camino por recorrer.
Cómo tal, el astrónomo, vivía mostrándome figuras que, casi graciosamente, las estrellas dibujaban en el oscuro manto del firmamento. Me enseñó que no hay solo estrellas y Sol allí, en el infinito. Que existe una gran variedad de cuerpos celestes, y prometió mostrármelos cuando pudiera terminar su libro.
Así pasaba yo mis noches, mis ojos se iluminaban cada vez que ellos aparecían, porque aliviaban la soledad de mis noches ahora que mi Vampiresa ya no se acercaba y la Bruja había quedado atrás.
Una noche, la que hasta ahora ha sido la última en compañía de ellos, el astrónomo me asignó un conjunto de estrellas en el cielo. Un conjunto de cuatro estrellas. El la llamaba “Cruz del Sur” y prometió que, en su libro, me explicaría por qué ellas eran para mí. Y en esa misma noche estrellada, ellos se fueron. Y nunca más volvieron. Pero, cuando hubieron desaparecido totalmente entre las penumbras del laberinto, en mi pared, al volver a aparecer las antorchas como cada noche, noté un detalle. Una, al volver, había tomado el tamaño y la fuerza las Tres Antorchas, las más fuertes.
Hoy ya no son tres, son cuatro.
Gracias a mis noches con el Astrónomo y la Princesa de la Timidez.

Wednesday, March 16, 2005

Mi Vampiresa

Era una noche como tantas otras. El laberinto tenía su habitual techo de estrellas y las antorchas ardían con fuerza. De repente, una sombra juguetona se proyectó contra uno de los muros. Era muy inquieta y mis ojos no alcanzaban a distinguir siquiera su forma. Solo podía decir que volaba.
Fueron unos instantes efímeros los que pude contemplarla, porque, después de un par de segundos, se volvió a sumir en la negrura.
Todo el día siguiente pasó y yo solo esperé a la noche. Tan solo esperé a que oscureciera para ver si aquella sombra inquieta era real o una simple ilusión en mi mirada. Al pie de mis antorchas más brillantes, esperé. Y esperé durante horas eternas, durante horas que no parecían terminar nunca de pasar.
Hasta que, de pronto, hizo su aparición. En silencio contemplaba a esa figura revolotear y jugar entre las llamas. Si, esta vez no había dudas. Era un vampiro. Una vampiresa, más bien. Y las sombras de sus alas tenían el tamaño de la esperanza en las paredes de mi laberinto. Esa noche me acompaño un largo rato, pero luego volvió a subir, volvió a esconderse en lo alto, en las penumbras donde ni la más vivaz llama puede iluminar.
Otro día pasó, y la ansiedad estuve presente desde el momento en el que el primer rayo de sol iluminó lo alto del laberinto. Esos días pasaban rápido y las novedades, los retorcidos caminos del laberinto, se hacían amenos, casi diviertidos... Y todas las noches, esperaba la llegada de esa vampiresa. Sus gráciles alas cortaban las luces de mis antorchas y le daban un aspecto de fantasmal a la escena. Pero, a su vez, me transmitía tranquilidad. Una calma que hacía tanto que necesitaba.
Las noches se sucedieron una tras otra. Y mi vampiresa cada vez se quedaba más y más tiempo. Y comencé a preguntarme cuánto tiempo iba a durar aquello.
Porque de vez en cuando la veía volar tan cerca mío... tan cerca mío, que creía que quería posarse en mi hombro. Que quería acompañarme en mis días también.
Y, una noche, me decidí. Y, cuando llegó, quise acariciarla. Y, ella, se alejó de mí. Pero no se asustó. Tan solo fue hasta la pared donde estaban mis antorchas. Y se posó ahí. Como si quisiera iluminar como una de ellas.
Y, al ver que no podía, se fue. Y nunca más volví a esperarla en mis noches.
Pero ella nunca podría iluminar. Ella siempre fue y será... mi vampiresa.

Un triste Laberinto...

El cielo se oscurecía más y más... El tiempo pasaba de una manera casi imperceptible, como si cada segundo durara lo que un minuto. Y yo seguía perdido en aquel laberinto. Las paredes parecían unirse con las nubes allá en el cielo. Y a medida que todo se oscurecía, mis ojos ya no divisaban el final de los muros. Tan solo oscuridad. Tan solo penumbra.
Como en toda la jornada, las antorchas seguían iluminando el sendero. Sus vivaces llamas parecían ser infinitas, eternas.
La soledad era una constante en aquel Laberinto. Las antorchas y los muros eran lo único que podía llamar compañía. Los muros que servían de cauce para mi andar y las antorchas que me daban la luz para seguir, la luz para seguir buscando... Buscando... ¿Buscando qué?.
Hacía tanto tiempo que lo había olvidado. Si, creo que desde aquel encuentro con la Bruja de la Piedad. Oh, aquellos tiempos eran más llevaderos, sin la pesada carga de la soledad. Entrelazar nuestras manos en un abrazo del más cándido amor había hechizado mi corazón. Y fue por eso que estuve tanto tiempo con ella, tanto tiempo parado, tanto tiempo sin avanzar en este Laberinto que día a día se vuelve más complicado.
Si, cada día es más fácil volver al mismo punto. No puedo retroceder, no. Tan solo avanzar. Si equivoco el camino, tan solo volveré al mismo punto, traído por el mismo laberinto, por esos muros que parecieran mirarme desde sus mohosos y húmedos ladrillos. De vez en cuando encuentro unas pequeñas grietas entre las uniones y veo como la luz de ese sol que jamás puedo ver se filtra y me espía. Si, ese cíclope en el muro me espía y sigue atentamente mis pasos. Más de una vez me ha señalado el camino correcto con ese haz de luz tan travieso. Tal vez haya sido azar, o tal vez solo quiera ayudarme. Prefiero, hoy, pensar en lo segundo.
Las antorchas que iluminan los pasillos son muy particulares. Si bien su fuego es vivaz y muy brillante, solo hay 2 que iluminan hasta el más recóndito de los recovecos de cada pasillo. Digo 2, pero supieron ser 3 en un momento. Hace ya un tiempo bastante largo, solo 2 sobresalían del resto de las antorchas. Por su brillo, por su calor, por un algo casi inexplicable que hacía que me sintiera seguro cada vez que las miraba. Hubo un momento en que apareció una tercera, una nueva antorcha con esas características. Pero casi al mismo tiempo, una de las que estaban antes comenzó a menguar, a apagarse y ahora tan solo ilumina hacia mis espaldas, nunca más hacia delante.
La pérdida de esa antorcha es algo que todavía no he logrado comprender, algo que me llena de intriga y que, espero, pueda averiguar a la salida de este laberinto... Si es que existe tal salida.
Hubo un día, aquel en el que me alejé de la Bruja de la Piedad y mucho antes de que apareciera la tercer antorcha, en el que el sol pareció querer asomarse por encima de uno de los muros. Y con uno de sus rayos me mostró un camino muy extraño, un camino de espinas, lúgubre y totalmente oscuro. Tomé una de las antorchas más débiles y me dirigí a ese sendero. Las espinas eran filosas como navajas y no perdonaban ningún descuido. Así fue que, malherido, llegué a aquella cabaña. No reparé en consecuencia alguna y me apresuré a cruzar el umbral. Allí, sentada tras una mesa, el Hada de la Sonrisa me miraba con esos ojos que contagiaban ternura, paz, calma. Quise acercarme, pero a cada paso que daba, la mesa se alejaba. Cientos de pasos di hasta caer en la cuenta de lo insensato de mis intentos. Cabizbajo, tomé mi antorcha casi extinta y volví al pasillo del Laberinto, sin preocuparme por las espinas del camino. Con mi vestimenta hecha jirones y mil heridas en el cuerpo, me senté a observar mis antorchas. Y fue un largo rato el que me tomé. Pero, en ese lapso, más de una aumentó su brillo. Y su luz iluminó aún más el pasillo.
Con un valor renovado, me puse de pie y comencé a avanzar nuevamente. A la vuelta de cada esquina me esperaban mis antorchas iluminando todos y cada uno de los pasadizos de aquel laberinto.
Durante el tiempo que duró aquella situación, yo creí que me estaba acercando a la salida. Que era posible escapar, que había algo fuera, más allá de aquellas sórdidas y gigantescas paredes. Pero aquello ocurrió.
Si, mientras iba caminando por uno de los interminables pasajes, el cielo comenzó a llorar su desdicha con lágrimas de hielo. Yo, aturdido, no pude reaccionar y, cuando quise actuar, ya me encontraba patinando hacia un pasillo llamativamente oscuro, en el que solo las dos antorchas más brillantes eran capaces de prevalecer a la oscuridad.Y, en ese momento, caí por primera vez.

Sunday, March 13, 2005

Y si... hoy me pongo "poeta"

INFINITO

No soy capaz de describir el infinito, yo solo puedo sentirlo. Infinito es el vacío de mi alma sin tu presencia, sin tu calor. Quien podrá aliviarme si no eres tú, amor mío, tu sola compañía será suficiente para que olvide mi pena y que mi rocoso barrilete remonte el cielo cual ligera y colorida pluma.
Que tu vida sea copada de la felicidad que este negro destino me priva. Vive el momento, siente el amor, piensa el amor, disfruta el amor...Ama... Ámate a ti misma, se quien quieras ser, y no olvides que yo estaré a tu lado si me necesitas, si me buscas.... Te daré todo lo que pueda y más si es necesario, porque es mi amor por vos el que me impulsa, el que me mantiene vivo... Y sino puedo amarte a tu lado, te amaré solo, te recordaré.. No seré ya esta sombra, seré un alma más en el firmamento del amor frustrado, del amor negado... Pero no habrá oscuridad sin salida, y esa salida será cualquier momento a tu lado, cualquier momento en el que tu pensamiento me recorra, al menos por un efímero instante, puedes estar segura de que eso que para vos pudo ser insignificante, para mi será la luz al final del camino... Tal vez el final esté muy lejos, allí, en el infinito, pero habrá un final.
Oh!, incierto y cruel amor, que de mi alma das cuenta, dame la tregua necesaria para reunir mis fuerzas nuevamente. Evita el hundimiento de mi corazón en mi cabeza, separa mis sentimientos de las razones... Déjame amarla como nadie la ha amado, aún así sea mi condena al exilio perpetuo en las sombrías penumbras del desengaño.

Monday, February 14, 2005

Corrijo

Ven??? No puedo hacer las cosas de una... siempre cagadas.
Faltan CDs muy importantes.
"Finisterra" y "La Leyenda de la Mancha" de Mago de Oz.
"Ecliptica" (Sonata Arctica)
Y más que me sigo olvidando y no zafo.

Encadenados

Cumpliendo con el pedido de mi amigo Guido, he aquí mi mi respuesta al cuestionario en cuestión (faaaaa)

10 álbumes de mi colección (voy a incluir los copiados también, porque los que tengo originales casi no los escucho)

1_ Midian (Cradle of filtH).
2_ Cruelty and The Beast & Dusk and Her Embrace (Cradle of filtH) (son dos discos distintos, pero ocupan ese lugar del ranking, os lo juro)
3_ Symphony of Enchanted Lands (Rhapsody)
4_ Azul (Los Piojos)
5_ Metal 1 (Compilado que agoniza)
6_ Para Liso 1 & 2 (Compilados que me grabó Analía, una amiga)
7_ Enthrone Darkness Triumphant (Dimmu Borgir)
8_ Visions (Stratovarius)
9_ The Principle of Evil Made Flesh (Cradle of filtH) (podría estar más arriba)
10_ Oceanborn (Nightwish)

Obviamente, hay muchos que quedan afuera... Pero pidieron 10, tienen 10... (Mentira, puse 12)

Disco que me dio vergüenza encontrar:
A ver... Medio difícil... No se. Creo que el "Otras Canciones" de Attaque 77.

Cual es la cantidad de música bajada a mi computadora
Mmmmm... Yo no tengo una buena conexión ,es dial up... así que voy a poner acá la que tengo en MP3 pasada por el Rey Carloncho Catamarca, mis primos Nicolás y Patricio, Pablo y Alejandro.
Serán unos 4 gigas, no mucho más.

Cuál fue el último CD que compré?
Anthems of Reblelion de Arch Enemy.

Cuál es la última canción que escuché antes de escribir este Post?
From The Cradle To Enslave, de Cradle of fitH.

Que canción escucho seguido y tiene un significado especial para mí?
In The Middle of a Heartbeat. Ese tema lo escucho, al menos, una vez por día. Razones? PAra Ana y para mí es "nuestro" tema... Cuando lo escucho, me siento un poquito más cerca.

A quién le voy a pasar esto?
Creo que acá la cagué... No tengo a quien pasárselo! Pido perdón por cortar aquí esta cadena, confío en el resto.